Beato Luis María Monti, el apóstol de la caridad
Nace en Bovisio (Milán, Italia) el 24 de Julio de 1825. Es el octavo de once hermanos. A los doce años huérfano de padre se ve obligado por las duras circunstancias a transformarse en un aprendiz de ebanistería.
Cuando tenía 17 años, el 27 de febrero del año 1842 realizó una consagración, donde él mismo se ofrecía al Señor, con una oración de Consagración hecha por él mismo: «Mi Dios, quiero con tu gracia comenzar ahora a servirte fielmente. Mi Jesús, dame la gracia de corresponder a tanta bondad que has tenido soportándome hasta ahora a pesar de mis miserias: sí, desde aquí en adelante, oh mi Jesús, te seré más fiel; más aún, con tu gracia, quiero hacerme santo, y si a ti te agrada, un gran santo».
Comienza por reunir en torno a sí algunos jóvenes artesanos y campesinos de su pueblo para formar en su casa un Oratorio Nocturno. Su modesta bodega de artesano se transforma en el centro pulsante de una verdadera comunidad cristiana que la gente de Bovisio comienza a la llamarle "la Compañía de los Frailes".
Trata siempre de procurar a la Compañía, junto con la expansión espiritual, la sana expansión del cuerpo. En consecuencia los domingos, después de asistir a la Iglesia Parroquial, incursionan en amables paseos a los bosques, diseminados sobre las colinas que circundan a Bovisio.
Con preferencia escogen como meta de sus alegres excursiones un pequeño monte que, situado a cuarenta y cinco minutos de viaje de Bovisio, se conoce con el nombre de “La Montañita” (la Montina). Esta, con su pequeña casa colonial y la gran cruz de madera que Luis mismo ha levantado en ella, es todo un símbolo: el símbolo de una juventud ardientemente enamorada de la Verdad y la Vida. De una juventud que canta la alegría de haber ganado la cima portando como emblema la Cruz del sacrificio. Se dedican a obras de voluntariado cristiano en favor de los campesinos enfermos y pobres de la zona
Monti y sus compañeros tienen un gran amor que los colma de dicha: la Santísima Virgen. El humilde ebanista lo conoció en la cuna cuando los dulces labios maternales le enseñaron a balbucear juntos los nombre de “mamá” y “María”. La devoción de María traducida en el rezo diario del Santo Rosario en familia, es cosa esencial en la vida de los Monti. Por eso también la vida y la obra de Luis han de estar íntegramente consubstanciadas con la devoción a la Madre de Dios.
El 8 de diciembre de 1846 el joven Luis Monti, aun siguiendo su trabajo de ebanista, decide consagrarse al Señor y hace votos de obediencia y de castidad en las manos de su director espiritual el P Luis Dossi. En ese entonces acuerda en fundar una congregación religiosa comprometida en la educación y en la formación de la juventud.
Luis Monti decide unirse a don Luis Dossi quien cree oportuno entrar en la Congregación de los Hijos de María, instituida hacía poco tiempo en Brescia por el venerado Ludovico Pavoni. Luego de cuatro meses de ingresado Luis Monti viste el hábito el 8 de diciembre de 1852. En los Hijos de María luego de un período de dedicación a los jóvenes se dedica al estudio de la baja cirugía y de la farmacia para llegar a ser el enfermero de la comunidad. Profesión que utiliza pronto al servicio de los enfermos de cólera en el lazareto de Brescia en el 1855 dando pruebas de una caridad heroica en favor de los enfermos.
En 1857, en la ciudad de Roma (Italia), da inicio a la Congregación de los Hijos de la Inmaculada Concepción. Vistiendo por primera vez el hábito religioso, el 8 de Septiembre, día de la Natividad de la Virgen María.
El azul del hábito recuerda también los colores del hospital del Espíritu Santo, lugar donde nació la Congregación: las túnicas de las camas de los enfermos y la divisa de los médicos y de los enfermeros.
En el hábito y en el color están incluidos los signos del amor-caridad: entre la Inmaculada y entre los enfermos, los huérfanos y necesitados. Un modo para anunciarse y describir la identidad y el carisma.
Todos sabemos que el hábito no hace a la persona: la verdadera identidad de los Hijos de la Inmaculada Concepción evoca a la Virgen, madre y patrona de la Congregación, y a la filial espiritualidad mariana, que se expresa en imitar sus virtudes
Para subrayar este aspecto, el Papa Juan Pablo II dice: “El Siervo de Dios padre Luis Monti fue gran devoto de la Virgen Inmaculada y a ella quiso dedicar su Congregación”.
El amor por la Virgen lo iluminó y lo guió siempre llevándolo a hacer de toda su existencia un coherente testimonio de fidelidad al Evangelio. Meditando sobre el misterio de la Inmaculada Concepción a la luz de la Sagrada Escritura, del Magisterio y de la Liturgia de la Iglesia y sacando admirables lecciones de vida, él anuncia un apostolado de aquella nueva “era mariana” que el Siervo de Dios, el Papa Pío IX había inaugurado con la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Con tal propósito, amaba repetir: “Quien es verdadero devoto de María y la honra con pureza de mente y de corazón, puede estar seguro de su eterna salvación”.
Juventud Alegre
Luis sabe, en verdad, prender en el espíritu inquieto de sus jóvenes amigos el suyo propio, ardiente y alegre. Espíritu alegre, sí. Porque la alegría es el sello inconfundible de la pureza y el heroísmo. Luis es un joven alegre.
Su alma cándida y piadosa sabe gustar la poesía de la tarde que precede a la fiesta. En la noche de la víspera reflexiona con sus compañeros acerca del bien que pueden prodigar a los enfermos y a los pobres para mejor santificar el día del Señor. Y concluye por anunciar el programa del día siguiente en el que consta un paseo a realizarse en horas de la tarde. Ya intuye entonces aquellos dos principios que constituirán los fundamentos de su futuro apostolado:
Que los jóvenes, para conservarse buenos y virtuosos deben mantenerse unidos a la Iglesia e identificarse fervorosamente con los dolores y las miserias del prójimo; que para mantener unidos y puros a los jóvenes es necesario que reine en medio de ellos la alegría.
Está profundamente embebido de la honda espiritualidad de San Felipe Neri. Apenas un jovenzuelo, es ya apóstol entre los jóvenes; apóstol en su propio ambiente.
Trata siempre de procurar a la Compañía, junto con la expansión espiritual, la sana expansión del cuerpo. Por ello establece que la tarde de los domingos siguientes a la Pascua sea consagrada a la diversión sana y honesta. En consecuencia los domingos, después de asistir a las funciones de la Iglesia Parroquial, incursionan en amables paseos a los bosques, diseminados sobre las colinas que circundan a Bovisio.
Con preferencia escogen como meta de sus alegres excursiones un pequeño monte que, situado a cuarenta y cinco minutos de viaje de Bovisio, se conoce con el nombre de “La Montañita” (la Montina). La cima, coronada por una rica vegetación en medio de la cual se desliza sereno un cristalino arroyo, muestra una rústica y modesta casa colonial.
Jamás podrán olvidar los buenos muchachos de la Compañía de los Hermanos aquellas deliciosas horas de juventud vividas en el plácido retiro de la Montañita.
Esta, con su pequeña casa colonial y la gran cruz de madera que Luis mismo ha levantado en ella, es todo un símbolo: el símbolo de una juventud ardientemente enamorada de la Verdad y la Vida. De una juventud que canta la alegría de haber ganado la cima portando como emblema la Cruz del sacrificio.
Monti y sus compañeros tienen un gran amor que los colma de dicha: la Santísima Virgen. El humilde ebanista lo conoció en la cuna cuando los dulces labios maternales le enseñaron a balbucear juntos los nombre de “mamá” y “María”. La devoción de María traducida en el rezo diario del Santo Rosario en familia, es cosa esencial en la vida de los Monti. Por eso también la vida y la obra de Luis han de estar íntegramente consubstanciadas con la devoción a la Madre de Dios.
A menudo realizan los jóvenes de la Compañía peregrinaciones a los diversos santuarios marianos de la Lombardía; tradición que van a recoger más tarde, como precioso legado, los hijos del padre Monti. El recuerdo de estos venturosos días juveniles ha de inflamar de santo regocijo, mañana, el corazón de los muchachos hechos ya hombres. José Ghianda, integrante del alegre grupo del Monti, le escribirá a éste en agosto de 1863: “Queridísimo Luis: cuando leí tus líneas,… experimenté un consuelo tan grande que nadie podría imaginar. Sentí mi corazón inflamado de tanta dicha que en un instante acudió a mi mente todo cuanto hemos hecho y dicho en la juventud; los bosques, la Montañita, San Jerónimo, la Virgen del Monte, la prisión, tu casa y todos nuestros hermanos; y grité en los más íntimo de mi corazón: ¡Oh, días felices y santos pasados en nuestra juventud, días de paraíso y gloria!”.
Tan profunda es la formación espiritual que el Monti ha impreso en sus buenos compañeros que todos ellos, ya sea abrazando el estado religioso o formando un cristiano hogar, van a resplandecer santamente en la vida. Lo confirma el mismo Ghianda que, en la mencionada carta agrega:
“Bien te imaginarás cuál es nuestra situación en estos días. Para sobrellevarla uno tiene que transformarse en un ermitaño, metido siempre en el taller, trabajando duramente mientras pasan felices mis días en el cumplimiento de los deberes de familia. Para serte sincero, me parece ser todavía un hermano y tener aún los votos. Procuro conservar la mejor posible la castidad dentro del matrimonio. Cumplo con la obediencia y me esfuerzo por someterme a todos, principalmente en familia, siempre que me lo permitan mis obligaciones. Respecto a mi posición económica ya conoces la pobreza en que vivo; pero trato siempre de conformarme con la voluntad de Dios y la bendigo; ¡hágase!”.
Todo por amor a Maria
El 8 de diciembre de 1846 el joven Luis Monti, aun siguiendo su trabajo de ebanista, decide consagrarse al Señor y hace votos de obediencia y de castidad en las manos de su director espiritual el P Luis Dossi. En ese entonces acuerda en fundar una congregación religiosa comprometida en la educación y en la formación de la juventud.
Luis Monti decide unirse a don Luis Dossi quien cree oportuno entrar en la Congregación de los Hijos de María, instituida hacía poco tiempo en Brescia por el venerado Ludovico Pavoni. Luego de cuatro meses de ingresado Luis Monti viste el hábito el 8 de diciembre de 1852. En los Hijos de María luego de un período de dedicación a los jóvenes se dedica al estudio de la baja cirugía y de la farmacia para llegar a ser el enfermero de la comunidad. Profesión que utiliza pronto al servicio de los enfermos de cólera en el lazareto de Brescia en el 1855 dando pruebas de una caridad heroica en favor de los enfermos.
En 1857, en la ciudad de Roma (Italia), da inicio a la Congregación de los Hijos de la Inmaculada Concepción. Vistiendo por primera vez el hábito religioso, el 8 de Septiembre, día de la Natividad de la Virgen María.
El azul del hábito recuerda también los colores del hospital del Espíritu Santo, lugar donde nació la Congregación: las túnicas de las camas de los enfermos y la divisa de los médicos y de los enfermeros.
En el hábito y en el color están incluidos los signos del amor-caridad: entre la Inmaculada y entre los enfermos, los huérfanos y necesitados. Un modo para anunciarse y describir la identidad y el carisma.
Todos sabemos que el hábito no hace a la persona: la verdadera identidad de los Hijos de la Inmaculada Concepción evoca a la Virgen, madre y patrona de la Congregación, y a la filial espiritualidad mariana, que se expresa en imitar sus virtudes
Para subrayar este aspecto, el Papa Juan Pablo II dice: “El Siervo de Dios padre Luis Monti fue gran devoto de la Virgen Inmaculada y a ella quiso dedicar su Congregación”.
El amor por la Virgen lo iluminó y lo guió siempre llevándolo a hacer de toda su existencia un coherente testimonio de fidelidad al Evangelio. Meditando sobre el misterio de la Inmaculada Concepción a la luz de la Sagrada Escritura, del Magisterio y de la Liturgia de la Iglesia y sacando admirables lecciones de vida, él anuncia un apostolado de aquella nueva “era mariana” que el Siervo de Dios, el Papa Pío IX había inaugurado con la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Con tal propósito, amaba repetir: “Quien es verdadero devoto de María y la honra con pureza de mente y de corazón, puede estar seguro de su eterna salvación”.
El Hermano de los Enfermos
“Les recomiendo a los enfermos”: son las palabras de padre Monti, pronunciadas antes de morir. La atención de los enfermos es el fruto de su larga experiencia; servir a los enfermos es concretizar la belleza de hacerse prójimos. Y meditando la parábola del buen Samaritano, Luis comprende que al simple servicio necesita unir profesionalidad y competencia. Él mismo estudia medicina y les enseña a sus Hermanos. Y cuando se trata de acercarse al enfermo, recuerda que en ellos está Cristo: “El Hermano enfermero aliviará los dolores y las penas de quienes sufren, teniendo para todos una sonrisa, una palabra buena, un pensamiento de cristiana esperanza y de confiada resignación al querer de Dios.”
Por modelo propone a María Inmaculada: ¿cómo habría curado a Jesús si se hubiera enfermado? Los enfermos deberán ser asistidos y servidos como haría una madre con su propio hijo. Es necesario descubrir en el hombre enfermo a Jesús sufriente y procurar poner a su servicio toda energía y todo el amor.
En el desenvolvimiento de la obra evangélica es importante, para padre Monti, juntar a la figura profesional médica aquella del Hermano sacerdote: “todos se acercarán al enfermo como ángeles consoladores, sanando las heridas y cancelando la amargura del dolor, aliviando los sufrimientos en cada momento, de día y de noche. Y frente a la vida que se extingue, ayudarán al moribundo a entrar en la paz del Señor, pronunciando los dulcísimos nombres de Jesús, José y María”.
Padre de los huérfanos
“Les recomiendo a los huérfanos”; estas también son las palabras pronunciadas por el padre Monti antes de morir. La preocupación era justificada: la acogida de los huérfanos en una casa de Hermanos enfermeros era toda una innovación, tal vez, un trastorno y ciertamente un hecho misterioso que hay que mirar con los ojos de la fe.
Un día, un monje cisterciense residente en Roma, pero nacido en Dessio (Milán), se presenta a padre Monti y le confía a sus cuatro sobrinitos, que habían quedado huérfanos de padre y madre. Luis no sabe decir que no, más aún porque vienen presentados en nombre de la Inmaculada y, ¿cómo se va a rechazar una visita de la Inmaculada?
Comienza así el evangelio de la caridad ejercitado por padre Monti entre los niños y muchachos huérfanos.
No sólo abre la casa de Saronno para hospedarlos sino que enseña también como hacerlos crecer y educar; necesitan ser considerados “hijos” y antes que nada “hijos queridos por Dios y la Inmaculada”.
Todos apreciamos el trato privilegiado de Jesús con los niños y los pequeños. Y sabemos que la palabra “pequeño” en el evangelio indica, además de los niños, al pobre, al marginado, al que no sabe cómo defenderse. El huérfano en cada tiempo, es a la vez un niño y el más indefenso: no tiene padres ni tampoco parientes que le ofrezcan una familia. También podemos considerar huérfanos a quienes son abandonados y no reconocidos como habitantes de esta tierra. Es huérfano quien no puede estudiar, quien está privado de cultura, quien vive en las calles, explotado en el trabajo, o sumido en la violencia. Tantas son las situaciones desde donde un niño pide ayuda.
P. Monti comprendió que un “niño” tiene siempre necesidad de mucha atención y cuidado: enseñó a sus Hermanos a ser acogedores y a ser padre y madre de los niños. Los estimuló a que pongan todo el empeño para que los niños vivieran serenamente, sintiéndose protegidos siempre que lo necesitaran.
Esto es en breve lo que padre Monti escribe de los niños: “el Hermano educador se dedicará a ellos con empeño, estudiando de formarlos en el sentido religioso de la vida y la práctica de las virtudes humanas, sociales y cristianas. Los niños no serán jamás golpeados, ni se usarán con ellos medios amenazantes para acercarlos a los sacramentos, más con paciencia serán estimulados a aplicarse al estudio y a amar el trabajo para mejorar el propio carácter, sin condescender a sus caprichos y deseos irracionales. No todos, en tanto, querrán ser guiados de la misma manera, por lo tanto cada uno verá de acompañarlos en su crecimiento según sus capacidades y dones que ha recibido de Dios. Por esto no se dejarán jamás solos, y serán custodiados como un depósito santo y precioso”.
Padre Monti muere santamente en Saronno, el 1° de octubre de 1900.
Beatificación del Padre Luis Monti
Por toda una vida hecha entrega a cada uno de los que el Señor le confió y aún más allá, la Iglesia reconoció en su peregrinar en la historia, un camino posible para el seguimiento del evangelio, reconoció la obra de Dios en su vida y advirtió también su vivir el cristianismo hasta las últimas consecuencias: Luis Monti había vivido como viven los santos y es por eso que el 9 de noviembre de 2003 en una ceremonia presidida por San Juan Pablo II, en la Plaza San Pedro de Roma, el nombre de Padre Monti quedó inscripto en el libro de los Beatos.
Bienaventurado, ¡feliz!, por haber hecho de la propia vida una ofrenda a Dios agradable. El proceso que duró largos años y mucho empeño halló conclusión con la comprobación del milagro atribuido a su intercesión que le valió su llegada a los altares. Se trató de la milagrosa curación de un campesino cuya vida corría peligro, tanto que no había de parte de los médicos, nada que hacer, más aún la oración de las Hermanas Hijas de la Inmaculada Concepción de la Caridad, hijas de Padre Monti, quienes pidieron por intercesión de Luis María, se alcanzó la curación que sólo podría atribuirse a la Providencia de Dios. El humilde carpintero, hecho artesano de Dios, intercede por nosotros, su Familia Montiana y desde el cielo sonríe junto a la Inmaculada Madre.
Beato Luis María, ¡ruega por nosotros!
Testamento Espiritual
«Como fundador del Instituto de los Hijos de la Inmaculada Concepción no se debe reconocer a nadie más que a Jesús, María Santísima Inmaculada y a San José. Los dos primeros de una manera más que maravillosa me guiaron en la empresa: el tercero, San José, proveyó en sus graves necesidades al naciente Instituto»
A Pío IX le atribuyó el título de ilustre benefactor del Instituto.
Continuaba diciendo:
«Recomiendo a todos los Hermanos que, además de la santa perseverancia en su vocación, sean fieles observadores de nuestras santas Constituciones. Pido a todos perdón por cualquier ofensa que pueda haberles hecho, yo los perdono a todos. Mi funeral quiero que sea como aquel que se haría al último de los Hermanos. Ruego a todos los Hermanos que recuerden el alma de este pobre miserable, para que Dios lo reciba en el cielo.»
Me pesa el morir porque el Instituto no está aún formado según mi deseo, en la perfecta caridad. Pero, para obtener ésta, tenemos humildad, y cuando uno es humilde, es también caritativo; así como cuando uno es modesto, conserva también la pureza, a esta la recomiendo de manera muy especial. Así también recomiendo la Obediencia, porque cuando uno es obediente es también observador de las reglas y cuando uno observa las reglas, está seguro del paraíso.
No quiero el título ni de General, ni de Fundador, puesto que soy un pobre hombre iliterato, que el Señor ha empleado.
Os recomiendo a los enfermos, fin primario de este Instituto; os recomiendo aún, de manera especial la adecuada educación de los pobres huerfanitos. Actúen de modo que sean perfectos maestros para aquella querida juventud y traten, por todos los medios, que quién posee el lirio de la pureza lo mantenga intacto.
Me pesa el morir, porque quería ver bien fundamentada esta parte, por algunos de nuestro Instituto combatida, o poco aprobada.
Ahora después de haberles dicho estas cosas, que desde anoche quería decírselas, moriré también contento»